martes, 26 de junio de 2007

AMSTERDAM


Ámsterdam es la cuna en que habría podido jugar, comer y cantar durante todos mis años.

Me amarra a sus puertas y ventanas, me arranca el nombre y lo deja ir, simple y llanamente, por la corriente del Amstel.

No sé lo que haré ahora. Tengo una fiebre presa y una ciudad abierta, mil canales que escuchan el asombro y lo transforman en sueño. Aquí soy sólo silencio que se desliza bajo una vitrina a la luz de tibias miradas cómplices, como presencias desbocadas de pasados y futuros.

Allá afuera, cien mil toneladas de agua salada domesticada por millones de años, se acercan a copiar su exquisito sentido del ritmo. Caminando por estas calles, quisiera ser sospechoso y eternamente culpable de inscribir mi nombre en un rincón de su historia.


Recorro museos formidables y caigo en el vértigo de "La ronda nocturna". Bebo láudano y ajenjo con los fantasmas de Gaugin y Van Gogh sentados en la escalinata del monumento a los caídos. Lanzo furtivas miradas de adolescente al balcón de Mata Hari, fumo un porro legal de hierba vietnamita y camino largos trechos solitarios por las aceras que son muestrario de cortinas y persianas en negativo.

El día termina con queso y cerveza en "De beyaard". Sentado aquí juro que cuando me vaya, escaparé del sueño cada noche y vendré a pedir la cerveza del mes, sólo para negar a esta ciudad la estrategia del olvido.

Gentil señora mía: Mi aliento repentinamente embrujado, tiembla esperando el momento de volver a ser viento, niebla y bruma recorriendo tu geografía.

(Ámsterdam continuará...)

Humus