martes, 3 de julio de 2007

LOS ECOS DEL INFIERNO
263 Prinsengracht, Ámsterdam


Nunca sentí tanta tristeza como en éste infierno frío, aquí se marchitó Ana Frank. Se fue tan aterradoramente despacio, que sus verdugos tuvieron el tiempo para ahorrar el gas y las balas.

Hoy sé y no sé cómo, que seguramente amaba la vida, y lo único que deseaba era un poco de amor.

Sólo entrar y ya enfrento una foto antigua, una mirada triste que golpea con la fuerza de toda materia invisible. Aquí puedo sentir, sin textos apócrifos, que Ana presentía su historia.

En mi corazón sé que nos conocimos, pero fue hace tanto tiempo que mi mala cabeza lo olvidó.

Te conocí a través de páginas y letras (poco sabía yo que las palabras serían el fluido de mis días venideros). Charlamos en la negrura de una noche y un continente distintos; mi realidad de los 14 años, en un mundo con gente a salvo en sus camas, sin puertas cerradas con llave, a la luz de la bombilla en la farmacia y frente al cálido aliento de la estufa de la abuela.

En la desmesura de mis fantasías, viviendo entre gente que gustaba de la frivolidad de asustarse en lugar seguro, te imaginaba allí, aterrorizada. Recuerdo que sólo yo sufría contigo, quizá hermanos.

Me abrazo al muro que fue tu único paisaje, toco la áspera superficie con dedos de ciego y miro tu escritura con ojos de paralítico. Junto tu cabeza con la mía y por un breve momento escucho tus latidos en el aire, en lugar de aquellas palabras que nunca pude decirte.

Cuatro de quince; me cala tanto imaginarte cuatro años abrazada a una esperanza que nunca pudo cruzar estas paredes. La atmósfera está tan cargada de ti, que tus palabras caen sobre mi alma expuesta como copos de nieve.

¡Cuánto habrás soñado aquí con volver al aire de abril!...a poner sobre tu cuerpo la brisa otoñal. Quizá soñaste con el olor familiar del pan recién horneado, dulce y punzante, irresistible, raro, de todas partes, envuelto y perfumado con sonrisas…con tus dolorosas muecas que querían ser sonrisas.

Sé que nunca odiaste a nadie, ni culpaste a nadie por su condición, sólo te dolía la crueldad y la indiferencia para con los diferentes, para los niños y las bestias.

Los mares milenios, los robles siglos, las flores días, las células horas... y yo sin un patrón para medir tu miedo.

Mientras yo vuelva Ana, no caerás más, por el resto de mis días, bajo perros de hierro en Bergen-Belsen, ni tropezarás con los umbrales iluminados por la traición, ni te cortarán las alas, ni rodarás escaleras abajo mientras la turba asciende. Seré para ti, el hermano orgulloso y loco que te ocultará con su cuerpo de los ojos de los cuerdos.

Mientras yo vuelva irás todos los días al colegio, y al salir de clases volverás a ser parte de un colorido y fresco ramo de flores arrojado a la calle.

Mientras yo vuelva, tú volverás; y cada vez que lo hagas, será tu sonrisa el arribo de la primavera...

Humus.