martes, 12 de junio de 2007


PRISCILA

Foto: Priscila


Es hermoso embarrar el alma en la emoción de esperar a que mi hija aparezca por la puerta de la estación del ferrocarril en Rotterdam. La mezcla de pasados y futuros me sabe agridulce. Lo nuevo me produce temor y fascinación.

Para llegar aquí he tenido que rebasar los límites del mundo conocido, así que es un poco injusto que me reciba un personaje que se niega a creer que no le compraré droga, y me acosa ferozmente por toda la estación.

Me siento junto a una máquina extraña. No comprendo ni las instrucciones escritas en Dutch ni puedo imaginar siquiera para que carajos sirve, sin embargo parece un buen refugio para esperar a mi hija. Pasan los minutos y descubro que la máquina expende boletos de metro. El vendedor de hachís se ha aburrido y se diluye por una puerta silenciosamente.

Sentado en mi nido metálico, miro los ires y venires apresurados de la gente. Insensiblemente la ensoñación me invade, y recordando a mi hija sonrío casi satisfecho.

¿Qué voy a decirle? Si me bloqueo y no digo nada, será peor que blasfemar.

Todo este tiempo lejos, mientras le escribía interminablemente, la pensaba y mi sentimiento avanzaba sin tropiezo, pero ¿qué le diré hoy?

¿Cómo decirle que ella es la más profunda huella de mi historia? Me pregunto si sabrá que en mi recuerdo la veo siempre niña, entre férulas y escayolas, suturas e injertos. Una pequeña criatura de yeso y sonrisas, convaleciendo interminablemente en su cuna de flores deshojadas iluminada por el rayo. La mejor de los tiranos.

Recuerdos flamígeros cabalgando en mi frágil suelo de polvo y tierra suelta...

Busco un nuevo lugar para esperar; me paro frente a los escaparates ya oscuros, camino a lo largo de la estación naufragando al filo de la neurosis, a cada paso.

Rompiendo mi primera oscuridad en estas tierras, Priscila entra por fin . Al descubrirla, ya sin voluntad propia, me pinto una sonrisa que ilumina su rostro. La abrazo y quisiera permanecer así para siempre, dudando entre reír o llorar, eternamente inmóvil, sin que un incendio o un terremoto o un tiro en la calle pudiesen perturbarme.

Hija mía, nunca me dejo dormir sin bendecirte. Ni me perdono la distancia aunque en el corazón transite la nostalgia.

Sin saber cómo, empezamos a reír. Quizá de los insolentes demonios que nos retrasaron tanto tiempo el momento de reunirnos otra vez.

En el oscuro arcano de la memoria, tenía su sonrisa ardiendo en mi locura. Y no importaba ni la urgencia ni la calma, ni el principio con su fin. Sólo el eterno retorno...

Por la noche, con el alma en su sitio, el silencio me lo contó; si algún día vienen otra vez a buscarme para decirme que ya no tengo hija, tomarán la calle equivocada y pasarán de largo para siempre.


Humus.