viernes, 25 de mayo de 2007

Cuento nocturno.



Cerca del décimo día, por primera vez pudo verla en la pantalla. Un instante tan sólo y después pensó: -¿habrá que estar mirando sin pestañear el sitio justo donde volverá a aparecer para poder reconocerla?

La imagen de ella escapó detrás del cristal como un prófugo asustado, deteniéndose distraída un instante. Fue entonces cuando él se preguntó: -¿y cuánto durará su ausencia?, -¿Y cuánto tiempo se necesita para pensar en el cielo y el infierno?

Se sentó en la silla del tapiz rojo. Conversó con la ausencia y juntos escucharon entrar la noche por los ventanales en pequeñas dosis de cinco minutos. Y no le importó más el punto donde ella volviera a aparecer, ni si su charla era real o legislada. Sólo importaba que allí sentada junto, le escuchaba, y se dejaba ver por instantes en cuadros fijos que sin embargo se movían, como el reflejo de una distante galaxia.

Después llegó una penumbra luminosa donde no hubo más su imagen ni su sonrisa… y se quedó sólo con el sueño hipnótico de la pantalla.

Soñó con un escaparate lleno de sombras Chinas, y creyó verla de nuevo escondida entre los imposibles regalos.

Entonces apretó la nariz contra el cristal, para regalarse por lo menos los ojos...


Humus.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Para los que siempre esperamos, un regalo y una recomendación.


Imagen Pedro Uhart

El señor Polovski


"El señor Polovski entra en el parque con los primeros rayos del sol.


Se sienta en su banco preferido y se pone a esperar. Por lo general está semivuelto hacia el monumento a Orfelín que creció en la orilla del sendero de grava blanca. El sol naciente hace este paisaje insólitamente hermoso, pero el señor Polovski no está allí por el monumento de formas gráciles ni por el maravilloso juego de la suave luz de la mañana, tampoco por el aire fresco. Él está allí para esperar.

Cuando el sol empieza a brillar con más decisión, aparecen las palomas y un poco después, los ancianos. Los granos dorados atraen la alegría de los pájaros. El gorgeo se muda de las copas de los árboles a los cuadros de las flores. Pero el señor Polovski tampoco está en el parque para alimentar a las palomas como sus contemporáneos. Él está allí para esperar.

Conforme avanza el día, el parque se va llenando. Ahora ya están los niños, los que pasean a sus perros, las parejas de enamorados. Se avivan centenares de cascadas de voces, salpican las gotas centelleantes de la risa. Pero tampoco el desfile de la alegría es importante para el señor Polovski. Él está allí para esperar.

Entonces, después de las diez, un suspiro profundo; el señor Polovski se inquieta. Se vuelve por completo hacia el monumento a Orfelín, alrededor del cual da vueltas incansablemente, lo que el notaba tanto en verano como en invierno, la misma mariposa juguetona. como cada año, eso lo sorprende por un momento, sin embargo se pone a mirar su reloj cada vez más a menudo, recorre su cabello con los dedos, innecesariamente ajusta las solapas de la chaqueta, pasa la mano por el mentón, endereza las cejas, se pellizca las mejillas y se olvida de parpadear por completo.

El señor Polovski la nota desde lejos. en cuanto aparece detrás de los tilos. Hela aquí, en un traje sastre radiante, color arbusto de ciclámenes, lega hasta el monumento y se dirige por el sendero junto al cual está su banco solitario.

Alta, con el pelo suelto, de figura grácil. ¡De qué manera camina! La falda de tela delgada se introduce entre sus piernas de manera excitante. el viento desenfadado enloquece alrededor de sus mechones.

En torno a su cintura, las miradas de los paseantes. Pero ella, va directamente hacia él. ¡La grava blanca se desmigaja con sus pasos! ¡Eso es lo que el señor Polovski espera!.

Por supuesto, él sabe que esa chica no va a su encuentro. Ni siquiera la conoce. Pero cuando la misteriosa transeúnte pasa a su lado, cada día alrededor de las once, el señor Polovski se levanta del banco y con la expresión satisfecha en su cara y el corazón lleno como el río primaveral nutrido de agua, se dirige hacia la salida del parque.

Sí, piensa entonces, es tan, tan bonito esperar a alguien."

Goran Petrovic.

Atlas descrito por el cielo, págs. 29-30.
Editorial Sexto Piso.